domingo, 25 de septiembre de 2022

Marejada

Escribanía de mar 

Publicado en La Voz de Galicia, edición Ferrol, 25 septiembre 2022

 

Nos azota una tormenta perfecta, el mundo está en peligro, paralizado, afrontamos un tiempo de descontento… Son expresiones que utiliza Antonio Guterres, Secretario General de Naciones Unidas, en sus discursos ante los líderes políticos o en las presentaciones de los informes de los distintos departamentos de la ONU. Recientemente el DESA publicó el Informe de los Objetivos de Desarrollo Sostenible 2022 y el PNUD los datos correspondientes al Índice de Desarrollo Humano 2022. Son parte importante del conocimiento actual, son ciencia, datos y mediciones elaborados desde todos los rincones del mundo, recomendaciones hechas por los mejores expertos en cada materia. Deberían ser las guías que los países tomaran como referencia para acomodar sus leyes, presupuestos y planes de acción, y por eso el señor Guterres, socialdemócrata portugués de buen talante, repite algunos de los datos que contienen. 

 

La pandemia se llevó consigo cuatro años de progresos contra la pobreza; la tasa de pobreza laboral aumentó por primera vez en dos décadas; las muertes se multiplicaron por seis en 2020; una de cada diez personas padece hambre; hay más niños con retraso en su crecimiento; el incremento de los precios de los alimentos se ha generalizado; se ha producido una disminución de la esperanza de vida; hay un incremento de la prevalencia de ansiedad y depresión; la cobertura sanitaria universal se ha visto frenada; hay más desigualdad dentro de los países y entre países; se frenó el avance hacia la igualdad de género. Se han degradado más ecosistemas relacionados con el agua y aumentaron las personas que no disponen de saneamiento seguro ni cuentan con redes de agua potable. Se ralentizaron los avances en la electrificación, 700 millones de personas no tienen energía eléctrica. Hay más migración, discriminación y refugiados. La inmensa mayoría de la población mundial respira aire contaminado. Las emisiones de CO2 aumentaron un 6% en 2021, alcanzando el nivel más alto de la historia. Los océanos sufren calentamiento de las aguas, acidificación, sobrepesca y contaminación por plásticos; se eleva el nivel del mar. Diez millones de hectáreas de bosques se destruyen cada año. El mundo es testigo del mayor número de conflictos violentos desde 1946.

 

¿Conclusión? El Índice de Desarrollo Humano retrocedió a niveles de 2016 y los Objetivos de Desarrollo Sostenible a sus parámetros de 2015. Sí, Antonio Guterres tiene razón: estamos en medio de una fuerte marejada. Es tiempo de tomar soluciones de calidad, de contar con políticos de calidad que hagan leyes de calidad y ejecuten medidas que corrijan las graves injurias con las que nos destruimos y destrozamos nuestra única casa.

domingo, 18 de septiembre de 2022

Arrimar la cesta de la compra

Escribanía de mar

Publicado en La Voz de Galicia, edición Ferrol, 18 septiembre 2022

 

La política líquida está llena de eslóganes y argumentos que se derriten antes que una chocolatina en una ola de calor. A los socialistas se les pegó eso de arrimar el hombro, destinado a su rival político, a las empresas energéticas, a la banca y a las grandes cadenas de alimentación. Al popular Feijóo le gusta repetir hasta debajo de la ducha que hay que bajar impuestos para, acto seguido, votar no a la reducción del IVA en el tarifazo eléctrico. Los inagotables separatistas están con el España nos roba y nos reprime. Los ultraderechistas de Abascal tienen la muletilla de que nos roban los inmigrantes y los ecologistas y feministas. Y así pasan el día, repitiendo mantras para ganar minutos de micrófonos y notoriedad ante sus huestes.

 

El eslogan elegido por Podemos y sus satélites, entre ellos los ministros de Izquierda Unida, es el de la imperiosa necesidad de topar las cosas. Topar los precios de los alquileres, topar los beneficios de la banca, topar las hipotecas, topar el gas y, estos días, topar los precios de los alimentos. El tándem Díaz-Garzón embistió con la urgencia de topar los precios de los alimentos básicos para suavizar su arrancada, a medida que se iba metiendo en harina, y dejarlo en “instar a las grandes cadenas que tienen beneficios a que colaboren con propuestas comerciales para que exista una cesta de la compra asequible, variada y saludable hasta después de Navidad”. Y es que una cosa es una cosa y otra cosa es otra cosa. Y la de topar precios incumple lo establecido en el artículo 13 -libertad de precios- de la Ley 7/1996, de 15 de enero, de Ordenación del Comercio Minorista. Allí se establece la posibilidad de que el Gobierno fije precios y en qué supuestos: monopolio o concesión administrativa, regulación de producciones o subvenciones a sectores, en ausencia de competencia o cuando existan disfunciones severas en el mercado incluido el desabastecimiento. Nada de eso parece darse en este momento. Y sí cabe el riesgo de contravenir las leyes de la Competencia, favorecer un cartel que pacte precios, generar tráfico de compradores hacia grandes superficies en menoscabo de los mercados de abastos y tiendas de barrio y de proximidad, fomentar el uso de marcas blancas (hay que ver qué listillos los comerciales de Carrefour con su lineal preparado) e, incluso, meter en la cesta referencias como el chocolate blanco, pan de hamburguesas y zumos ultraprocesados en lugar de pan, leche, huevos, verduras, legumbres, pescado, carne y aceite de oliva, todas ellas excluidas del lote de precios topados.

 

Dicho esto, ojalá Díaz y Garzón consigan abaratar la cesta de la compra con otras fórmulas, que las hay, sin toparse de frente con las leyes vigentes.

 

 

domingo, 11 de septiembre de 2022

Un pozo sin fondo

Escribanía de mar

Publicado en La Voz de Galicia, edición Ferrol, 11 septiembre 2022

No queda nada del Real Astillero de Esteiro. Ni de la Constructora Naval ni de Bazán ni de Izar. Si somos estrictos con la legislación ahora, al pozo sin fondo que tenemos anexado al Arsenal, tendríamos que llamarle Navantia, S.A, S.M.E. Unipersonal. Traducido: Navantia, Sociedad Anónima, Sociedad Mercantil Estatal Unipersonal. Tomemos aliento y abreviemos. Los ferrolanos sin canas le seguirán llamando Navantia y los de pelo canoso le llamaremos Bazán. Así, por derecho y por costumbre, “La Bazán”, que lo otro es muy largo y además engañoso. Sobretodo el palabrejo “unipersonal”, por que el propietario es un accionista único, la SEPI (Sociedad Estatal de Participaciones Industriales). Pero -siempre hay alguno-, viene a darse el caso, como es sabido, que la SEPI pertenece a Hacienda, es decir a todos los españoles. El silogismo se resuelve dando por cierto aquel eslogan publicitario, machacón hasta más arriba del cogote, que decía “Hacienda somos todos”. ¡Acabáramos! Navantia, todas las Navantias desparramadas por territorio español y filiales dispersas por el mundo adelante, somos todos, cosa que no sabemos si nos alegra o entristece.

 

La SEPI tuvo beneficios en 2021 gracias a las empresas del gas y alimentación. Sin embargo presentó, como es habitual, dos agujeros negros, Correos y Navantia. Los astilleros públicos tuvieron pérdidas de 93 millones de euros, y una deuda acumulada de más de 1.600 millones. Vamos, lo habitual. Las Unidades Generadoras de Efectivo, eufemismo que denomina los centros de trabajo y unidades de negocio, no han generado efectivo en números negros. En las cuentas realizadas por PricewaterhouseCoopers Auditores, S.L., (que costaron 140 mil eurillos, aquí lo dejo) se constatan los incrementos pagados en consumos de mercaderías, materias primas, consumibles, trabajo realizado por otras empresas, servicios exteriores y tributos para pagar la deuda. Eso sí, también hay buenas palabras, de esas que forman parte del diccionario del buen auditor y que tanto les gusta a los miembros del Consejo de Administración (10 hombres y una mujer). La literatura ambigua, eufemística y chachi plasmada en la Memoria dice que existe “una previsión de contratación y desarrollo de negocio favorable para los próximos cinco años”, “hay confianza en que la Sociedad vuelva a una senda de sostenibilidad recurrente” y “que se han establecido las bases de crecimiento futuro incrementando la rentabilidad y volumen del negocio”. Lo que no dice es dónde ni cómo; si se ganará dinero en construcción naval e ingeniería, reparación y transformación, sistemas o en propulsión, energía y servicios. O si otro quinquenio más todos los españoles seguiremos inyectando dinero en el pozo, a ver si atisbamos el fondo.

lunes, 5 de septiembre de 2022

El dinero del pueblo

Escribanía de mar

Publicado en La Voz de Galicia, edición Ferrol, 5 septiembre 2022

 

Esto no lo vi venir. Estaba entre las páginas de meteorología tratando de entender qué es lo que se está formando en Groenlandia que nos va a helar en septiembre, leyendo la crisis por el abandono de Ana Blanco del telediario y el batiburrillo (otro más) en el que se metió Feijóo al querer enfrentarse a una galerna desde su añorada caverna -toupeira- de San Caetano, cuando en las redes sociales departamentales apareció la exclusiva: “El dinero es del pueblo y las buhardillas no se quitan” o algo parecido. Rápidamente trataron de formarse piquetes que organizaran la “salida a la calle, de ese pueblo” y la recogida de firmas, de ciudadanos del pueblo, deduzco. Nada, pensé mientras despertaba, seguro que se produjo un cruce de cables cibernéticos entre las redes sociales de la plaza de España y las imágenes de los primeros años de Ana Blanco en los noticieros; de ahí que se manifieste el avatar del dinero del pueblo cuando en realidad quisieron decir el dinero público, de los impuestos, de los contribuyentes, de los presupuestos o alguna expresión similar. Por que si no fuese así, ¿de qué dinero se trata? ¿Y de qué pueblo?

 

En los presupuestos municipales, por centrar un poco el tiro, podemos identificar partidas que se obtienen de los impuestos locales, de transferencias provinciales, de obras financiadas por la administración autonómica, de inversiones que realiza en nuestra ciudad el gobierno del Estado y de otras que se pagan con fondos europeos. Por simplificarlo, aunque es una obviedad recordar que ningún pueblo, territorio, provincia, autonomía o Estado paga impuestos. Los impuestos los pagamos las personas, físicas o jurídicas. Por eso resulta tan entrañable como nostálgica la expresión “el dinero del pueblo”. Los cacereños, tarraconenses y palentinos nos ayudan a financiar el tren a Caneliñas, con presupuesto del Ministerio de Fomento. Las aceras de Serantes las pagan los compostelanos, coruñeses y mugardeses a través de la Diputación. La digitalización y la Ciudad del Deporte serán financiadas por franceses, italianos y portugueses, gracias a fondos de desarrollo europeos. El arreglo de la Iglesia de Dolores lo pagarán los ourensanos, vigueses y mindonienses, por obra y gracia de la Xunta. El monumento a las víctimas del golpe del 36 lo pagarán vecinos de Santa Marina, Serantes y Caranza, al igual que los fuegos de San Ramón, las sardinas de la Parrocheira y las meninas de Canido. ¿Y la reforma del palacio municipal, a quién se le ocurrió y quién la paga? Pues a los votantes ferrolanos, soberanos electores de los representantes políticos nombrados para que administraran todos los dineros, que tampoco son tantos.