domingo, 29 de noviembre de 2020

Lo que nos preocupa

De guarisnais
Publicado en La Voz de Galicia, edición Ferrol, 29 noviembre 2020

A la mayoría de los opinólogos, comunicólogos e influenciadores de la opinión pública (si es que eso existe) les suele importar entre poco y nada lo que de verdad pensamos los españoles. ¿Todos los españoles? Si, todos los españoles. Sabemos lo que pensamos porque en España disponemos de excelentes empresas y organismos dedicados a los estudios sociales que hacen encuestas regularmente. El CIS, Centro de Investigaciones Sociológicas, es el más importante. Cada mes publica un barómetro sociológico, fiable y válido, en el que pulsa la opinión de muestras representativas de ciudadanos utilizando los procedimientos demoscópicos homologados por los mejores institutos y universidades europeas. De este barómetro los profesionales de la opinión (encargados de llenar y rellenar cientos de páginas y programas en los medios de comunicación) suelen extraer los resultados de dos ítems: la intención de voto y la valoración de los líderes políticos. Con eso ya tienen bastante. Este partido sacaría más votos que en las últimas elecciones pero menos que los que obtenía el mes pasado; los grupos de las derechas no levantan cabeza ante los de las izquierdas; los pactómetros (palabra nacida estúpida para significar un sumatorio de votos) avanzan que ganaría fulánez; la valoración de los líderes demuestra que el político más querido es mengánez, etcétera. 

Lo que en realidad pensamos los españoles cuando expresamos, con claridad meridiana, cuáles son los auténticos problemas que padecemos suele ser ignorado. Aquí se lo muestro. En los datos de octubre y en medio del batiburrillo político que vivimos, menos del 1% (uno de cada cien) citan como principal problema: la Administración de Justicia; inseguridad ciudadana, pensiones, violencia de género, subida de impuestos, falta de libertad, Medio Ambiente, Monarquía, nacionalismos o consumo de drogas. Para menos del 5% (5 de cada cien) los problemas principales serían: educación, corrupción y fraude, desigualdades, inmigración, estatutos de autonomía, independencia de Cataluña, funcionamiento de los servicios públicos y los extremismos. Aproximadamente el 10% (10 de cada cien) ciudadanos mencionan los problemas de índole social, la poca conciencia ciudadana y la falta de civismo, como sus principales preocupaciones. Y la inmensa mayoría expresan de forma abierta y espontánea que los problemas reales que les afectan se encuadran en tres grandes categorías: 1, el covid19, los peligros para la salud y la sanidad; 2, el paro y la crisis económica; y 3, los problemas políticos, el mal comportamiento de los políticos, la falta de acuerdos, unidad y capacidad de colaboración y la situación de inestabilidad política.

Nada más que añadir.

domingo, 22 de noviembre de 2020

Ferrol a menos de cinco horas

De guarisnais
Publicado en La Voz de Galicia, edición Ferrol, 22 noviembre 2020

Cuando los ingenieros de ADIF (Administrador de Infraestructuras Ferroviarias) terminen de instalar las vías, las catenarias, los puentes,  túneles y todas esas cosas de los trenes, el tiempo de viaje de Madrid a Ferrol será de 4 horas y 45 minutos. ¡Qué fenómenos! ¡Menos de 5 horas! Vamos, un visto y no visto, un casi nada, ¡un suspiro! El viajero ferroviario que ponga sus pies en la estación de Chamartín con la intención de “acercarse” a Ferrol no saldrá de su asombro. Tendrá Ferrol a su alcance en un santiamén y, además, podrá disfrutar con un único billete de dos experiencias ferroviarias inolvidables. Sin necesidad de cambiar de tren ni perder su equipaje ni otros asuntos farragosos, el viajero ferroviario notará en su primera parte del trayecto que lo hace a la velocidad del sonido. De Madrid a La Coruña empleará tres horas y cuarto, a promedios de velocidades por encima de los 140 km/h y con puntas de 250 km/h. Será un viaje de esos que llaman de Alta Velocidad, rápidos, silenciosos, puntuales, pero sin ninguna gracia ni emoción ni nada. Un viaje AVE, sin más. Pero lo mejor está por venir. El trayecto de La Coruña a Ferrol, lo que auténticamente emocionará al viajero ferroviario, sólo le consumirá una hora y media más de su vida. Una hora y media en la que saboreará cada uno de los 69 kilómetros restantes, esos que recorren el perímetro del Golfo Ártabro. Una hora y media que hará a un promedio de 55 km/h, lo que le convierte en uno de los trenes que enlazan dos ciudades más lentos de España, únicamente disputándole el galardón a alguno de Extremadura y otro de Teruel. Una hora y media en la que se transformará en un viajero romántico, decimonónico, como aquellos de la revolución industrial que tanto favoreció el desarrollo del ferrocarril. Aunque es preciso reconocer, sin que nos duelan prendas, que España y Portugal sólo fueron capaces de tender 3 km de vías por cada 100 km cuadrados, mientras que Italia y Francia tienen 5, Reino Unido 7 y Alemania casi 10. Pero bueno, dejemos en vía muerta nuestra escuálida revolución industrial y el raquítico desarrollo de los trenes de cercanías. Decíamos que el viajero futuro podrá disfrutar no de un viaje, ni de un trayecto, ni de un simple desplazamiento. Disfrutará de una experiencia de slow tourism (turismo lento) tan de moda ahora. Sobre las vías que van del sur al norte de las preciosas rías ártabras tendrá tiempo suficiente para contemplar el paisaje, relajarse, leer una novela (de bastantes páginas), mantener alguna charla, hacer fotografías, ver completa la película y tomarse el café o lo que quiera que sea eso que venden en el tren. Y se apeará en Ferrol radiante de alegría. ¡Bienvenido!

domingo, 15 de noviembre de 2020

Aquel noviembre

De guarisnais
Publicado en La Voz de Galicia, edición Ferrol, 15 noviembre 2020

Este noviembre de cafés vacíos y hospitales llenos reunía todas las condiciones para convertirse en uno de esos meses malditos, de los que sobran en el almanaque. Este noviembre era un mes de paro, confinamientos, cierres de negocios, curvas ascendentes de contagiados  y decenas de informes publicados acerca de las serias consecuencias de la pandemia. Este noviembre, en el que estamos, hablaba de soledad, de frustración, de la ruptura de proyectos de vida, de depresión, de ansiedad, de incertidumbre ante el porvenir y de indefensión. Sobre todo de indefensión. No podíamos defendernos ante un virus terrible porque era nuevo. Un intruso. Necesitábamos conocerlo mejor, tener certidumbre acerca de su comportamiento para poder defendernos, destruirlo y continuar con nuestras vidas de relaciones, de contacto social, de charla en las plazas y partidas de dominó. Este noviembre era un mes dramático hasta que recibimos el anuncio de que muy pronto tendremos una vacuna contra el covid 19 que, además, está mostrando una eficacia extraordinaria. Las líneas de fabricación están trabajando a pleno rendimiento, los operadores logísticos diseñando las cadenas de distribución y hasta las agencias de turismo ya están planificando las próximas campañas. La vida, más pronto que tarde, volverá a ser lo que era, nos aseguran, y el virus será uno más en el catálogo de vacunas.

Aquel noviembre, el de 1803, era también un mes maldito. Moría el treinta por ciento de los niños infectados por la viruela, entre ellos una hija del rey Carlos IV. Una de tantos muertos que alentó a que el cirujano Francisco Javier Balmis fuese autorizado (y financiado) para organizar la Real Expedición de la Vacuna a los territorios de ultramar. Aquel noviembre los doctores Balmis y Salvany, algunos auxiliares de cirugía, la rectora del Hospital de Caridad de La Coruña Isabel Zendal Gómez y veintidós niños expósitos de entre 3 y 9 años de edad, embarcaron en la corbeta Maria Pita con el único objetivo de intentar salvar vidas aún a costa de las suyas. Consiguieron vacunar a medio millón de personas, formaron a cientos de médicos y crearon Juntas de Vacuna en América y Filipinas.

Aquel noviembre de 1803, escribió más tarde el Dr. Edward Jenner, fue el principio de una gesta que quedará inmortalizada en la Historia. Así fue. En 1950 la OMS reconoció a Isabel Zendal, aquella niña de Órdenes que habían enviado a La Coruña a servir como criada, como la primera enfermera de una misión internacional; y en 1980 declaró la viruela como la primera enfermedad humana erradicada por la acción de la ciencia. Aquel noviembre de 1803 el compromiso con la vida superó la incertidumbre y la indefensión ante otro virus mortal. 

domingo, 8 de noviembre de 2020

Repensar la ciudad

De guarisnais
Publicado en La Voz de Galicia, edición Ferrol, 8 noviembre 2020

Este virus puñetero y mortífero que nos quita la vida, los sueños y la felicidad nos pone, además, deberes. Nada será igual cuando hayamos superado los arreones del covid 19. No saldremos reforzados, mejores y más fuertes de esta pandemia, como no lo hicimos de ninguna. Saldremos más sabios, con más y mejor conocimiento científico, mejor tino para calibrar nuestras fuerzas y el papel que jugamos en este período de la historia. Tardaremos años en recuperar el nivel de progreso económico y bienestar social. Y, probablemente, lo hagamos con una nueva escala de valores, algunos ya escritos con mayúscula en los Objetivos de Desarrollo Sostenible.

Mientras, la pandemia nos obliga a restricciones sociales, aislamientos y reducción de la movilidad. Pareciera que al estar confinados se incrementa la capacidad para el pensamiento y la reflexión. El pasado 31 de octubre se celebró el Día de las ciudades y, aprovechando la efeméride, los expertos de Naciones Unidas nos han puesto tarea: hay que repensar las ciudades. ¡Tenemos que repensar Ferrol! ¡Cómo! ¿Cómo?

Repensar Ferrol para los ferrolanos es misión poco menos que imposible. No podemos repensar una ciudad que previamente no habíamos pensado. A los ferrolanos ancestros nadie les había pedido opinión. Estaban pescando sardinas y pagando tributos al señorío de Lemos cuando la Corona expropió la villa y puso a sus ingenieros a pensarla y desarrollarla. Carlos III en 1770 concede a Ferrol el rango de plaza de armas, para dotarla de recinto amurallado. Es nombrada capital del Departamento Marítimo del Norte. El Estado decide que aquí se construirían buques de guerra, se asiente el mayor Arsenal conocido y se diseñe un Nuevo Poblado en La Magdalena. Fueron decisiones ajenas a los ferrolanos las que atrajeron una población de aluvión: marinos de otras regiones, mercaderes de la Maragatería, colonias de técnicos ingleses, funcionarios, banqueros, industriales…¿Y los ferrolanos de viejo, que pensaban?

Ferrol es una especie de ciudad matrioska, ya saben, esas figuras rusas que se guardan unas dentro de otras. Isabel II en 1858 le otorgó la condición de ciudad impresionada con su visita a la hasta entonces villa. Era una ciudad naval, claro. También una ciudad industrial. Y una ciudad amurallada, con seis puertas, que después creció con sus ensanches. Y una ciudad a la que anexionaron el ayuntamiento rural de Serantes. Una ciudad con signos culturales y sociales de orígenes diversos: rondallas, escuelas de pintores, edificios modernistas dibujados por un arquitecto nacido en Vigo y formado en Madrid (¡siempre Madrid!) y, en fin, una ciudad a la que le cuesta acomodar su pasado y asimilar las estrecheces de su presente decadente.

Venga, pues. Pongámonos a repensar Ferrol.

domingo, 1 de noviembre de 2020

Alarma cogobernada

De guarisnais
Publicado en La Voz de Galicia, edición Ferrol, 1 noviembre 2020

El Estado de las Autonomías estaba oxidado. No sabíamos si podría funcionar con eficacia o no sencillamente porque no le habíamos dado oportunidad. Desde su creación se comportó como un conjunto de parlamentos y gobiernos preguntando que qué hay de lo mío. Algunas autonomías, las más pobladas y con más diputados en el Congreso, tuvieron la habilidad de sacar más partido (léase más dinero) para su propio desarrollo que otras. Las más pequeñas y con menos peso político en Madrid han estado decenios amodorradas, lamentando su mala suerte en foros tan inútiles como el Senado, cámara llamada a ser el lugar de interacción de los territorios e interlocución con el Estado pero que, hasta el momento, ha sido más bien un lugar de aparcamiento de cargos políticos que no cabían en el Congreso.

Y en esas llegamos a este 2020 con una mortífera carga vírica que, por lo que se ve, quiere hacer despertar hasta a las comunidades autónomas.  España es plurinacional, dicen unos. Todos somos Estado, otros. De facto vivimos en uno de los países más descentralizados del mundo, afirman los grandilocuentes (los mismos que repiten que tenemos uno de los mejores sistemas sanitarios del mundo). Estamos a unas milésimas de ser un estado federal, piensan los más optimistas. Por todo ello, es imprescindible que cogobernemos el nuevo estado de alarma. Una alarma a la carta, vigente en todas las Españas y con 17 autoridades con mando en plaza: los presidentes autonómicos. Una alarma flexible que permitirá que en cada parroquia, aldea, pueblo, lugar, villa, ciudad, municipio o región, se tomen medidas de toda clase. Nos acostumbramos a escuchar eso del confinamiento perimetral, restricción de los aforos, limitaciones de horarios, prohibiciones de reuniones numerosas, etcétera. Medidas “sensatas e imaginativas”, a criterio de la extrañísima, incomprensible y dudosamente cualificada presidenta de la Comunidad de Madrid. O “demoledoras”, a criterio del presidente Feijóo, a quien le parece que los líderes europeos se asustarán al escuchar conceptos como alarma o toque de queda. Medidas fastidiosas, incómodas, molestas y restrictivas en sí mismas, a lo que hay que añadir el calificativo de contradictorias e incluso opuestas entre los diferentes territorios.

La cogobernanza tiene grandes ventajas, esto es indudable, pero también enormes servidumbres que para los españoles parecen insalvables. Los políticos -reflejo de la sociedad- no han hecho los deberes sagrados de la lealtad y la corresponsabilidad, ambas para con una nación única y soberana, explicada como social, democrática y de Derecho. Sin lealtad no hay cogobierno, cooperación o cogestión que pueda funcionar. Ni siquiera en una situación de emergencia mundial.