domingo, 31 de julio de 2022

Un ciento, veinticinco manos

Escribanía de mar

Publicado en La Voz de Galicia, edición Ferrol, 31 julio 2022

 

Los momentos previos a salir a la mar el Pedregal era un hervidero de gente. Había en Redes, aseguran las crónicas, unas 38 embarcaciones del xeito y en cada una embarcaban entre 4 y 6 marineros. Llegaban cada día al puerto, el Pedregal, con sus carabeles, unos cestos de mimbre redondos con asa en los que llevaban comida y bebida para la noche. A la vuelta de la marea traían en ellos parte de las sardinas que les correspondía de la pesca del día.

 

Es la una de la tarde. En la calle del Medio, en el bajo de una casa cualquiera, se preparan dos hileras de cativos vestidos con pantalón azul, camisa blanca, pañuelo azul atado al cuello en el que se lee “Festa da Cabria” y, algunos, sombrero de paja. Los mayores, guardianes de la tradición, visten igual aunque alguno lleva puesta una boina marinera como sólo el oficio, el sol, el viento y la lluvia, enseña a hacerlo. Saldrán llevando las redes al hombro, acompañados por unos gaiteros. A los pocos pasos, en la misma calle, los jóvenes marineros cruzan una exposición de fotografías colocadas, claro, sobre redes. Imágenes de La Habana, de los barcos “viveros”, de su puerto, de las familias enteras que allí fueron a ganarse la vida, del imponente Centro Gallego, de su condición de filántropos -cada uno en su medida- para poder construir la Agrupación Instructiva de Redes y Caamouco y fomentar el progreso de su pueblo, de su condición de indianos…Continúan, despacio, por el centro de la villa hasta llegar al final de la rampa. Dos embarcaciones esperan, engalanadas y relucientes, para embarcar las sesenta brazas de cada red y llevarlas, a remos, hasta las cabrias. Las cabrias, esos templos artesanos de madera que decoraron, desde tiempos remotos, la costa desde el castillo hasta Areamorta y que servían para secar las redes, cuidarlas, mimarlas para que duraran y capturaran las sardinas que curaban el hambre. Un hombre veterano y una niña ágil y prudente son los encargados de colgar las redes. Suben despacio, seguros, sincronizados. Saben donde tienen que colocar los pies y cómo colocar el cuerpo, para dejar las manos libres para las redes. Sin arneses, sin líneas de vida, con templanza y sabiduría. En poco tiempo las dos redes quedan colgadas, con senos generosos y bien repartidas por toda la cabria. El Pedregal ahora es también un hervidero de gente, aunque no de marineros que van a salir una noche más a ganarse el sustento. Vecinos, turistas, artesanos y otros curiosos, aplauden espontáneamente este acto valiente y emotivo. En él está el orgullo de un pueblo marinero, emigrante y trabajador como el que más, que vendía las sardinas al ciento y por veinticinco manos, cuando una mano eran cuatro sardinas. De las buenas.

sábado, 23 de julio de 2022

Chocolate, medicina universal

Escribanía de mar

Publicado en La Voz de Galicia, edición Ferrol, 23 julio 2022

Esto lo explica todo. Los gallegos vivimos mucho, pero que mucho, mucho. Ferrol, sin ir más lejos, bate el récord como ciudad envejecida. Y le tenemos un apego a la tierra que no se puede explicar racionalmente. Con eso de la morriña, de no querer salir de Galicia o regresar en cuanto es posible, de presumir de naturaleza verde y fresca, de aguas limpias, de comer los mejores alimentos del mundo, y cosas así. ¿Es algo genético? ¿Son las brumas, las meigas o la influencia de la Santa Compaña? Pues no, nada de eso. Es el chocolate y el cacao. ¡El chocolate!, esa delicatesen ultramarina que los gallegos domesticamos como nadie y consumimos por encima de nuestras posibilidades. Y muy por encima del resto de los españoles, como nos indica un año más el Informe Anual del Consumo Alimentario editado por el Ministerio de Agricultura, Pesca y Alimentación. Página doscientos y pico (no les aconsejo que se lo lean de una tacada porque tiene más de setecientas): “los gallegos tienen el consumo per cápita más alto del país”. Categoría: chocolates y cacaos. Nos zampamos el último año 5,16 kilos por nachiño/nachiña del noroeste peninsular, un 28,5% superior a la media nacional. Y eso que España tiene un consumo más alto que el promedio de Europa, que además creció durante el confinamiento y la pandemia. Pero Galicia, imbatible, creció más que el promedio de España. Especialmente el chocolate negro, el catalogado como más saludable. La SEDCA, Sociedad Española de Dietética y Ciencias de la Alimentación lo pone por las nubes: ayuda a reducir la presión arterial, mejora el estado de ánimo, evita la depresión, mejora la piel, previene el envejecimiento, mejora la memoria y reduce el riesgo de infarto. Nada menos. Aunque aquí, entre nosotros, les contaré que todo eso ya lo conocíamos desde 1796, cuando nos lo contó el cirujano real Antonio Lavedán en su libro sobre las propiedades del tabaco, café, té y chocolate. Citaba en él: “El chocolate es bebida divina, celestial, sudor de las estrellas, semilla vital, divino néctar, panacea y medicina universal”, para a continuación detallar la interminable lista de efectos milagrosos que producía esta milenaria bebida de los aztecas. A saber: alarga la vida a viejos y decrépitos; repara fuerzas; es remedio estomacal; repara debilidades, congojas, crudezas, vómito y cardialgia; fortalece a tísicos y gotosos; engendra sangre más espirituosa; vivifica la sustancia del corazón; retarda las canas y aumenta la virilidad; y dilata la vida hasta la decrepitud”. Esto, decíamos, lo explica todo. Explica por qué Hernán Cortés y sus muchachos lo trajeron a España en 1550. Y por qué los gallegos lo convertimos en nuestra medicina universal. Hasta hoy.

lunes, 18 de julio de 2022

La carrera

Escribanía de mar

Publicado en La Voz de Galicia, edición Ferrol, 18 julio 2022

 

Están muy altos los precios, como en una carrera alocada que nos empobrece a velocidad de vértigo. Están altos los contagios por el virus de la covid, ahora en su variante ómicron en una de sus mutaciones traicioneras, en una carrera que nos lleva hacia más hospitalizaciones y cifras escandalosamente tenaces de muertos. Están altas las temperaturas, inusualmente altas dicen los meteorólogos, en una carrera por confirmar el cambio climático, el calentamiento global y el destrozo del único planeta disponible. Está alta la crispación entre políticos, en su particular carrera por escribir en las actas del Congreso las palabras Franco, ETA, independencia, democracia imperfecta, y otras así, cuando se suponía que iban a debatir sobre el estado de la nación y los problemas que sí importan: viviendas asequibles, centros de salud cercanos, colegios públicos de calidad, precios contenidos, solidaridad con los desfavorecidos, ayuda a los invadidos y defensa de los derechos humanos y sociales que nos lleven a una sociedad mejor. 

 

Dicen algunos politólogos que el ciclo político estatal dura una semana. Los partidos actuales son inmediatos más que cortoplacistas. El presidente Sánchez señaló el comienzo de la carrera del último año de gobierno antes de revalidar, o no, su plaza en La Moncloa. El que fuera presidente popular permanente plenipotenciario de Galicia, Alberto Núñez Feijóo, comenzó su carrera para apuntalar su imagen de moderado y realista, aunque sus primeros pasos le caracterizan como un presidente popular perplejo y parado, atenazado por el miedo a los suyos (léase Ayuso y la escuadra aznarista), que son los que dan mucho miedo a los gallegos que quieren aterrizar en Génova y La Moncloa. Yolanda Díaz, esta vecina de Fene que hizo pinitos en el municipio, el parlamento gallego y ahora el Congreso, comenzó su carrera para sumar, escuchar y conocer lo que piensa la sociedad civil. Se ve que sus años anteriores dedicados al arte político los hizo sin saber muy bien qué pensaban los administrados, sus votantes y el resto de la sociedad. No pasa nada. La señora Díaz lo va a compensar con creces después de su periplo de oyente y le va a plantear a los españoles un nuevo contrato social al estilo del de Rousseau, nada menos.

 

Los políticos locales, por su parte, comenzaron la carrera a la alcaldía simbolizada en sus posiciones antagónicas e irreconciliables hacia lo más sagrado del devenir ferrolano: el aparcamiento de los coches, gratuito y en la puerta. Mato y Rey, Rey y Mato, comenzaron su carrera por el bastón de mando sin propuestas de modelo de ciudad, sin proyectos ilusionantes, con escasa vocación municipalista. ¿Quién ganará la carrera y conseguirá aparcamiento en Armas?

lunes, 11 de julio de 2022

Las sardinas mejor escritas

Escribanía de mar

Publicado en La Voz de Galicia, edición Ferrol, 11 julio 2022


Julio Camba escribió en Puentes y puertos políticos (El Sol, 1919): “Galicia es una tierra de sardinas y de políticos”. La frase es lapidaria, rotunda, definitiva. A los políticos, seres dotados para la palabrería sin sustancia, Camba les prestó mucha atención para tratar de entenderles. No sé si lo consiguió. A las sardinas sí, por supuesto, y lo plasmó en su pieza Las sardinas (La casa de Lúculo, 1929). Manjar canalla, poco fino y remilgado, la sardina era para Camba la esencia del mar. Un pescado pasional inspirador de locuras. “Si fuera el cajero de una sociedad sería capaz de fugarme con los fondos confiados a mi custodia nada más que para irme a un puerto y atracarme de sardinas”. ¿Eso se haría por un festín de almejas, merluza o chocos en su tinta? Pues claro que no. Camba lo haría sólo por las sardinas, especialmente las cogidas al xeito, arte que filtraba las muy pequeñas (tobilleras) y las muy grandes (jamonas), dejando en la red las de “edad y tamaño requeridos”. Cuando venía a Vilanova de Arousa, su pueblo, acudía a la ceremonia del boticario Pepe Roig. Preparaba cachelos con unto y laurel al tiempo que hacía las brasas con carozos de maíz. El boticario colocaba la parrilla para que las sardinas se asaran “al romance”, poco a poco y con el mínimo calor. Camba le explicó al mundo el algoritmo virtuoso para comer las sardinas: “para cada cachelo una sardina y para cada sardina un vaso de vino”. Y así hasta no menos de una docena, cantidad necesaria para apreciar sus aromas y sabor.

 

A Josep Pla le gustaban las sardinas navegadas corriendo la costa de Cadaqués . Pasadas por el rescoldo, sin llamas, y después rociadas con aceite y vinagre. Las acompañaba con pan, abundante vino y una ensalada de pimiento, tomate y cebolla. Veinte o veinticinco por cabeza, para finalizar con café negro, fuerte, reforzado con aguardiente. Pla, mientras buscaba acomodo en la proa de la embarcación para echarse una siesta académica, pensaba que las sardinas de aquellas aguas “proporcionan a la sangre humana una radiante plenitud, una efusión trascendente”.

 

Álvaro Cunqueiro disertó en su artículo Sardinas asadas (Jano, 1973) sobre variadas formas de deleitarse con sardinas. Asadas sobre sarmientos de vid, salándolas con sal gruesa, acompañadas de cachelos y pan de brona, regadas con tragos largos y lentos de vino blanco frío. O bien revenidas después de 24 horas en salmuera, abiertas, descabezadas y limpias, aliñadas con aceite, vinagre y ajo picado muy fino. De cualquier forma, las sardinas, decía, pueden ser “algo de extrema calidad y perfección”.

 

Otra cosa era la digestión, el sabor “muy bueno pero de demasiado tiempo”, y la cantidad de perfumes necesarios, decía Camba, para devolverle a las manos su estado purificado.