domingo, 31 de mayo de 2020

Los nuevos cafés

De guarisnais
Publicado en La Voz de Galicia, edición Ferrol, 31 mayo 2020

Antes de la irrupción de los cafés en la España de la segunda mitad del siglo XVIII los parroquianos se distraían en figones, alojerías, aguaduchos, horchaterías, neverías, puestos de refrescos, de resolís, mistelas, aguardientes, botillerías y, sobre todo, tabernas. Ferrol era un buen ejemplo. Cuando se inauguraron los primeros cafés, llamados casas de conversación o casas de café, había en la floreciente ciudad naval más de 140 tabernas y mesones. Pero los cafés llegaron y lo cambiaron todo: hábitos de consumo, la forma de reunirnos, el transcurrir del día, el acceso a rumores, cotilleos, noticias y conocimientos, hasta la forma de vestir. Antonio Bonet Correa nos lo contó en Los Cafés Históricos (Cátedra, 2014), el gran manual sobre el mundo del café continuación de su discurso de recepción en la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando en 1987. Antonio Bonet, fallecido hace unos días a los 94 años de edad, había elevado la institución de los cafés al olimpo de las artes, en el que permanece. El café, dice allí, “es un lugar de reunión y de encuentro, de conversación e intercambio social”.

Fue el lugar que explica la Revolución Francesa, la Enciclopedia, el Liberalismo, los movimientos literarios, el Modernismo y las vanguardias artísticas. En los cafés se vivieron por primera vez los aires de participación en casas públicas y democráticas, lugares para conversar y jugar a naipes, ajedrez, damas y billar. Centros sociales en los que se degustaba una bebida antisoporífera que mantenía la mente despejada, al contrario que el vino aguado que amodorra y da pesadez a la cabeza. Por eso se hicieron hueco las gacetas, tertulias, papeles volanderos y los periódicos. Y por eso también se constituyeron como núcleos de creación de las artes arquitectónicas y decorativas, conjugándose espacios, mobiliario, columnas, murales, veladores, espejos y ventanales abiertos al mundo. Un café, decía César González Ruano, es “un reducto del nervio español, un mirador desde el que se puede contemplar el panorama espiritual de la nación y el mismo espectáculo del mundo”.

Después del confinamiento por el covid-19 los cafés vuelven a abrir sus puertas. Tímidamente. Lo hacen primero sus terrazas, después lo harán las mesas de sala y quién sabe si por último los taburetes de las barras. Probablemente no lo harán todos y una parte se quedarán en el camino. Será difícil ver de nuevo cafés ruidosos, caóticos, confusos y estridentes, tal y cómo definía Díaz Cañabate a las cafeterías de influencia americana. Tal vez los nuevos cafés recuperen la esencia de los históricos, esas academias vivas, públicas, democráticas y abiertas que describió como nadie el madrileño de origen coruñés Antonio Bonet Correa.




domingo, 24 de mayo de 2020

Los homenajes que está arrasando el covid-19

De guarisnais
Publicado en La Voz de Galicia, edición Ferrol, 24 mayo 2020

Hay ferrolanos de toda clase y condición, faltaría más. Ferrolanos de toda la vida aunque esa vida se circunscriba a unos pocos años. Ferrolanos de pura cepa que presumen de hablar el idioma propio (esa mezcla de castellano, gallego e inglés única en el mundo) mejor que nadie. Ferrolanos anónimos, la mayoría, algunos encantados de vivir aquí y otros que sufren la ciudad con resignación. Y otros ferrolanos que alcanzan la excelencia en su trabajo, en la ciencia, el arte, la escritura o la política; esos que en terminología actual se dice que desarrollaron todo su talento. De esta clase hay muchos. En alguna época el número de hombres y mujeres ilustres, les puedo asegurar, fue el más alto de Galicia en relación al número de ciudadanos registrados. Aunque no todos fueron -ni son todavía- reconocidos. Ese es otro cantar.

El caso es que en este año los reconocimientos a ilustres ferrolanos habían llegado en avalancha. 2020 se presentaba como el año de premios merecidos y recuerdos de aniversarios. Iba a ser el año de los desagravios a muchos ferrolanos destacados que no lo habían sido hasta ahora porque el mundo entero conspiraba contra Ferrol, según proclamaban aquellos que se sentían aldraxados. Por fin los académicos de la lengua gallega le otorgaban su año a Ricardo Carballo Calero, después de muchas candidaturas infructuosas. De Concepción Arenal se había previsto todo un año de homenajes en ciudades de Galicia y España. La Real Academia Galega de Ciencias dedicó el 2020 al ferrolano de origen catalán Andrés Avelino Comerma y Batalla, a quién debemos el Dique de la Campana, la primera línea telefónica de Galicia, el impulso al cinematógrafo, varios estudios sobre el patrimonio de la comarca y otras ideas adelantadas a su época. Por su parte los ingenieros informáticos dedicaron su día a Ángela Ruiz Robles, creadora de la primera enciclopedia mecánica y precursora de nuevos métodos educativos. Y había más. El Club de Prensa consideraba oportuno reconocer la figura de Juan Flórez en el 150 aniversario de su muerte. Marino de carrera llegó a ser alcalde de La Coruña, diputado en el Congreso y uno de los máximos impulsores del ferrocarril a Galicia. Comenzaba a señalarse el extraordinario papel de Alonso Pita da Veiga en la batalla de Pavía y el pintor Ferrer Dalmau recogió su figura en uno de sus magníficos óleos. Y también era el año en el que los óleos de Álvarez de Sotomayor se colgaban de forma permanente en el museo provincial coruñés (ya saben, en Ferrol seguimos sin museo que dé a conocer lo nuestro y a los nuestros).

Un coronavirus nos arrebató la primavera a todos y la vida a muchos. No le permitamos que nos borre la memoria.

domingo, 17 de mayo de 2020

Cogobernar un país envenenado

De guarisnais
Publicado en La Voz de Galicia, edición Ferrol, 17 mayo 2020

Pedro Sánchez afirma que la cogobernanza llegó para quedarse. El Gobierno que preside reitera que España ya se está cogobernando aunque no lo sepa. Sitúa en este nivel de corresponsabilidad a las comunidades autónomas y ayuntamientos, con las que mantiene un diálogo permanente desde que descubrieron la fórmula de la videoconferencia dominical. Y para darle forma a este hecho sin precedentes emitió la Orden SND/387/2020, de 3 de mayo, por la que se regula el proceso de cogobernanza con las comunidades autónomas y ciudades de Ceuta y Melilla para la transición a una nueva normalidad. En ella se apela a la cooperación, la colaboración, gobernanza conjunta, consenso y otras bellísimas palabras extraídas del mejor diccionario político. Pero (siempre hay un pero y en este caso es muy de agradecer) allí se explicita que las decisiones finales las tomará el Gobierno de la nación con la firma de la correspondiente autoridad delegada. 

En realidad el decreto no hace más que trasladar la intención del texto constitucional al ámbito de la solución de un problema nacional como es la emergencia sanitaria, económica y social que está causando el covid-19. En la Constitución del 78 se delimitó el ámbito de autogobierno de las comunidades autónomas y el canal adecuado para la representación territorial: el Senado. No fue el producto de una mala digestión, que diría Fernández Flórez en alguna crónica parlamentaria, ni un mal sueño. Fue una decisión acertada que derivó más bien en una pesadilla. Jamás ha funcionado el Senado como cámara territorial y las conferencias de presidentes han pasado sin pena ni gloria durante 40 años. Igual que sucedería ahora si tuvieran que ser presenciales en lugar de estar cada uno en su despacho. 

Quim Torra afirma desde los medios catalanes que él no ha visto la cogobernanza por ninguna parte. El presidente valenciano hace mención a los agravios comparativos entre regiones. El andaluz dice que se siente discriminado. La presidenta de Madrid afirma sin ruborizarse que la situación actual es como una “suerte de dictadura”. El jefe de la oposición dice que ya agotó la cuota de lealtad. Los ultraconservadores están convencidos de que el armazón constitucional que ampara las administraciones central, autonómica y municipal solo sirve para demoler “la arquitectura de las instituciones”. Frente a ellos hay formaciones que añoran un estado federal. Pero la mayoría se olvida de que España tiene pendiente hacer un pacto de lealtad y solidaridad; los españoles nos mostramos incapaces de defender lo común, de aprender a no barrer siempre cada uno para lo suyo. Nos olvidamos de fabricar estadistas que puedan cogobernar un país envenenado, y no solo por un virus.

domingo, 10 de mayo de 2020

Real y San Benito

De guarisnais
Publicado en La Voz de Galicia, edición Ferrol, 10 mayo 2020

José Montero y Aróstegui, el más grande historiador y cronista de esta villa naval, no entendía por qué las calles longitudinales del barrio de La Magdalena se dividían en dos tramos con dos nombres diferentes. Lo decía así: “No sabemos a que atribuir la impropiedad que se nota de que, siendo dichas calles enteramente seguidas tengan dos nombres distintos, tomando el segundo desde la acera del este de la calle traviesa del Castañar que sube de la cárcel a la puerta de Canido”. La calle más importante de la época se llamaba Magdalena y San Bernardo. Las otras eran Real y San Benito, De la Iglesia y San Simón, Dolores y Galiano, María y Trinidad y la calle Del Sol. Formaban un paralelogramo de unos 250.778 metros cuadrados, divididos en 6 calles longitudinales y en nueve de travesía, “unas y otras de 8 metros 360 milímetros de ancho (10 varas castellanas) todas sujetas a rigurosa alineación”. Este era en 1858 el núcleo central del barrio ilustrado de Ferrol, con 41 manzanas enteramente iguales de 83 metros de largo (100 varas) por 33 metros de ancho (40 varas), a las que pronto se sumarían otras que estaban en proyecto. La calle Real y San Benito competía por albergar comercios con la calle Galiano. Era la segunda en importancia detrás de Magdalena y San Bernardo, calle en la que se habían instalado las imprentas, periódicos, academias, cafés de renombre, logias masónicas, teatros y sociedades de recreo. Sin embargo los caprichos de la historia, gobiernos y desgobiernos municipales, aparcamiento invasivo de coches y la propia elección de los ferrolanos, convirtieron la calle Real en la favorita. 

El coronavirus mortífero puso a prueba nuestra capacidad para permanecer confinados. Pondrá ahora a prueba la capacidad de los políticos municipales para devolver las ciudades a los ciudadanos; especialmente sus cascos históricos. La calle Real puede convertirse en la calle de las calles, aquella en la que cabe la ciudad entera, su historia, su esencia. Con la continuación por la antigua plaza de Capitanía y San Francisco, la calle enlazaría el Muelle, el barrio de La Magdalena y los ensanches. El paseo recorre las plazas de España, Armas, Amboage, jardines de Herrera, parque municipal, plaza de Ferrol Vello y muelle de Curuxeiras. En el trayecto se pueden ver los Arsenales y el mar, tan añorado por los partidarios de tirar las murallas, visitar el parque y caminar por donde lo hacían los peregrinos a Compostela. Incluye edificios neoclásicos y modernistas, el Obelisco de Churruca, y la fuentes dieciochescas de San Roque y La Fama. Sin tráfico, sin contaminación, sin ruidos…¿Les apetecería pasear la nueva calle Real, esa en la que cabría la ciudad entera?    


domingo, 3 de mayo de 2020

Aprendizajes a filispín

De guarisnais
Publicado en La Voz de Galicia, edición Ferrol, 3 mayo 2020

En idioma ferrolano tenemos la suerte de poder elegir entre múltiples formas de decir que vamos a toda velocidad: A fume de carozo, a toda mecha, a uña de caballo… o a filispín. Nos apropiamos de los vocablos ingleses escritos en los telégrafos de órdenes que comunicaban el puente de gobierno y las salas de máquinas de los barcos. Cuando llegaba el momento en el telégrafo se marcaba la posición full y se decía la voz en alto “full speed”. A los técnicos ferrolanos debió parecerles innecesarias utilizar dos palabras y lo dejaron en “filispín”. Y así se quedó.

A filispín llegó el virus sars-cov-2 a España, Europa y el mundo y lo infectó de la enfermedad covid-19. A filispín se propagó, nos contagió, nos infectó y llenó los hospitales y los cementerios en una escalada de muerte que no se acaba nunca. A filispín han tenido los sanitarios que improvisar métodos de trabajo y equipos de protección para luchar contra la peste. Y están los científicos corriendo todo lo que pueden para encontrar fármacos y vacunas. A toda velocidad nos adaptamos al teletrabajo, la enseñanza vía telemática y a reunirnos por videoconferencia. Y vimos cómo se montaban hospitales de campaña en tiempo récord. Aprendimos el valor de la higiene, la etiqueta respiratoria y la distancia de salvaguarda entre personas. Muchos han descubierto, en un suspiro, que los cielos son azules, se puede hacer pan en casa y no es tan dramático prescindir de quemar ninots, procesionar esculturas religiosas, correr delante de toros, embadurnarse con tomates, ir a los estadios deportivos, cantarle a las Pepitas o comprar rosquillas en la romería de Chamorro. Todo eso tiene remedio.

A filispín aprendimos que la Constitución contempla las declaraciones de alarma, excepción y sitio. Y lo importante que sería, para salir fuertes de una emergencia sanitaria, económica y social sin precedentes en el último siglo, que la tropa política aprendiese a comportarse como las tropas de la sociedad civil: unidos contra el patógeno que nos mata. Lamentablemente esto no fue así y no parece que lo vaya a ser ahora que empezamos a ganarle la batalla al coronavirus. El batiburrillo formado entre los 16 partidos políticos parlamentarios, las 17 comunidades autónomas, los ayuntamientos y diputaciones, los agentes sociales, empresariales y económicos, los especialistas en bulos y mentiras, los órganos de mando religiosos, el poder judicial, los socios europeos del norte que no son tan socios ni tan europeos… Todo nos hace pensar que, más pronto que tarde, aprenderemos a convivir en estados de alerta de forma desunida, desorganizada, improvisando soluciones y buscando culpables a los que destruir. En política no aprendemos tan rápido.