domingo, 25 de octubre de 2020

El golfo Ártabro es un lodazal

De guarisnais
Publicado en La Voz de Galicia, edición Ferrol, 18 octubre 2020

Hasta las almejas babosas lo saben. Las riberas, playas y ensenadas de las tres rías que forman el golfo Ártabro están llenas de lodos. Tienen fangos tóxicos y ya no tienen vida. O les queda muy poca. En las rías han desaparecido playas y aparecieron paseos marítimos, diques y barreras de toneladas de hormigón. Las desembocaduras de los ríos se convirtieron en cloacas. Literalmente todavía hay cloacas y sumideros vertiendo aguas residuales sin depurar, como en la Malata ferrolana. Durante decenas de años las industrias, embalses y explotaciones mineras hicieron tareas de limpieza vertiendo a la costa todos sus residuos, siempre argumentando el innegable valor del desarrollo económico, el progreso y la mejora de las condiciones de vida de los habitantes del arco Ártabro. La economía por encima de la naturaleza. La economía por encima de la calidad de vida. La economía por encima de la salud. 

El Portus Magnus Artabrorum fue contado por los geógrafos clásicos Ptolomeo, Estrabón y Plinio. Era la zona costera habitada por los ártabros, siglos después rebautizada por Otero Pedrayo como el Golfo Ártabro. Un lugar especial habitado desde la noche de los tiempos. Ya lo escribió Álvaro Cunqueiro en su artículo La vecindad del mar: “Y los pueblos costeros fueron siempre más libres y más ricos, más generosos de mente y de corazón, conocieron gentes extrañas y recibieron noticias de otros pueblos”. Y así debió ser hasta muy recientemente, cuando se nos dio por interpretar que el desarrollo económico e industrial era el nuevo paradigma salvador de la especie humana.

En el fondo de la ría de La Coruña, en la ensenada del Burgo, se van a invertir cerca de cincuenta millones de euros durante dos años para tratar de eliminar los lodos que dejaron las industrias químicas de fertilizantes. No queda una almeja viva ni siquiera con alteraciones genéticas. En la preciosa y magnífica ría de Ares se vuelven a verter, una vez más, todo tipo de lodos y residuos procedentes de los embalses construidos por las industrias energéticas. El agua del Eume ya no es agua, es un magma turbio y apestoso incompatible con la vida. En nuestra pequeña e infranqueable ría ferrolana las almejas se niegan a crecer y multiplicarse. Las ensenadas de la Malata y Caranza tienen más lodos que agua, y la poca que queda parece estar contaminada por un parásito de la familia de los parkinsus que se ensaña con las almejas como el covid 19 se está ensañando con los humanos. El marisqueo, de seguir así, tiene los días contados.

Es absurdo sostener la creencia de que el mar se regenerará sólo y en poco tiempo. El golfo Ártabro necesita más sentidiño y menos lodos.

 

Larga vida a las plazas de abastos

De guarisnais
Publicado en La Voz de Galicia, edición Ferrol, 25 octubre 2020

Las personas necesitamos señales, marcas, indicadores, referentes, signos que nos ayuden a mapear nuestra conducta y nuestra forma de vida. En las ciudades encontramos coordenadas fácilmente. Las hay para todos los gustos y casi todas las ocasiones. Parques, museos, puertos, la plaza mayor (la del ayuntamiento), estación del tren, alguna iglesia destacada y, en algunos casos, sus mercados municipales. Imposible no utilizar como indicador el mercado de abastos de Compostela, el mercado de la Esperanza de Santander o El Fontán de Oviedo, por citar alguno de los últimos visitados recientemente. Son lugares amables, carismáticos, llenos de vida, grandes fábricas hacedoras de ciudadanía y, por supuesto, los mejores referentes de un comercio de proximidad, cercano y sostenible.

Las plazas de abastos ferrolanas sobreviven y a duras penas. El Concello presentó hace pocas semanas una especie de programa de ayudas llamado “Ferrol cidade viva 2020”. El título se parece más a un deseo, tal vez una aspiración mas que a una constatación empírica, si nos atenemos a los indicadores macroeconómicos y sociales de las últimas décadas. El programa recoge una frase magnífica, de esas que convendría enmarcar en placa de bronce (como las de Torrente Ballester) y colocarla en un lugar principal si no fuera porque se sabe a ciencia cierta que desaparecería en pocas horas. Dice así: “…el apoyo a la revitalización de los mercados municipales como referente del comercio de proximidad y quilómetro cero”.

Revitalización del mercado de Caranza, el de los proyectos eternos, las obras eternas, ahora finalizadas, pero que permanece cerrado por culpa de los trámites burocráticos eternos. Revitalización del mercado de Recimil, claro indicador de la decadencia del barrio, sus instalaciones y su entorno. Revitalización del mercado de la Magdalena y su hábitat comercial: el propio mercado, la pescadería de Ucha, las atroces dependencias del mercado provisional (el provisional más permanente del mundo), la alameda del Carbón y la plaza Vella. El conjunto podría transformarse en el mejor de los escenarios para la compra diaria, mercadillos semanales y ferias mensuales, calendarizadas y celebradas con la calidad en los servicios y atención al cliente que exigen los tiempos actuales pero sin perder la esencia de un espacio emblemático que sirve de unión a los barrios de Ferrol Vello y A Magdalena, referencias innegables de la ciudad naval.

Las plazas y mercados de abastos europeas, muchas españolas y algunas gallegas buscan su futuro bajo el paraguas de los Objetivos de Desarrollo Sostenible. Ferrol tiene deberes pendientes y asignaturas suspensas con sus mercados municipales. 


domingo, 11 de octubre de 2020

Madrid, Paisaje de la Luz

De guarisnais
Publicado en La Voz de Galicia, edición Ferrol, 11 octubre 2020

En Madrid la diosa de La Fama hizo sonar la trompeta de las malas noticias. Toca a zafarrancho de combate contra todas las calamidades que la amenazan. La epidemia vírica es la más urgente, claro, y requiere de una defensa sanitaria para la que no estaba preparada. La caída drástica de la economía y sus desalmadas consecuencias sociales no han hecho más que empezar y tendrán secuelas perceptibles durante años. Pero hay más. La crisis de los políticos partidistas que tienen en Madrid su teatro de operaciones está llevando a la ciudad, la comunidad y a la ciudadanía del Estado a un callejón de incertidumbre, indignación y hartazgo con sus tácticas cortoplacistas. Es el Madrid de la Corte ahora representada por el omnipresente poder de los partidos políticos, sus líderes carentes de dotes y capacidad de liderazgo, sus jefes de gabinete experimentados en marketing de guerrillas y sus politólogos de cabecera fabricantes de recetas a la carta adornadas con fuegos artificiales. El Madrid en el que residen juristas sobre los que pesa más su carga ideológica que los dictámenes ciegos y objetivos de una Justicia que necesita ponerse al día y al servicio de la Democracia. El Madrid de las cloacas, del espionaje chabacano, de las tertulias marrulleras, de la corrupción sin límites. Ese Madrid separatista de unos pocos que hacen el mismo ruido infame que los demás independentistas de otras partes de España. “Madrid es España y para que funcione España tiene que funcionar Madrid”, repiten los políticos locales al más puro estilo ultraortodoxo para resaltar la superioridad de “su” capital.

Todos los españoles somos madrileños como todos somos seleccionadores de fútbol. Y cada uno tenemos a nuestro Madrid preferido. El mío, si me permiten que se lo cuente, es el Madrid de la Villa al que admiro mucho más que al de la Corte. Ese que es capaz de hacer eternas las marcas de los pies de Antonio López pintando la Gran Vía. El Madrid de las páginas de Galdós, el del Jardín Botánico, el que atesora la carta de Juan de la Cosa en uno de los mejores Museos Navales del mundo. Ese Madrid ateneista, académico, tertuliano y cafetero, que conserva en el Café Gijón la huella de todas las ideologías impregnada por los artistas, escritores, periodistas y bohemios de todas las Españas. El Madrid de la Biblioteca Nacional, de las terrazas de la plaza de Santa Ana, del Barrio de las Letras y el jardín de la casa de Lope de Vega. El Madrid del “Paseo del Prado y Buen Retiro, paisaje de las Artes y las Ciencias” que así se presenta a su reconocimiento como patrimonio mundial por la UNESCO, y al que desde ahora, de modo más coloquial, conoceremos como el Madrid del Paisaje de la Luz. Ese es mi Madrid.

domingo, 4 de octubre de 2020

Día internacional del café

De guarisnais
Publicado en La Voz de Galicia, edición Ferrol, 4 octubre 2020

En el almanaque ideal ferrolano debe señalarse como especial el 1 de octubre: Día internacional del café. Se cumplen ahora cinco años desde su proclamación por la Organización Internacional del Café y se conmemora con celebraciones por todo el mundo. Ferrol forma parte del mundo, aunque muchos ferrolanos no lo sepan o incluso se atrevan a negarlo. Como parte de ese mundo -ilustrado, culto, académico y racional, al menos desde el siglo XVIII-, Ferrol debe sumarse al conjunto de ciudades que reconocen, aplauden y difunden la gran aportación que el consumo de café ha supuesto para la sociedad moderna.

En el almanaque ideal ferrolano cabría mencionar al papa Clemente XIII, un veneciano del siglo XVIII que tuvo a bien “bautizar” el café porque era una “bebida deliciosa de procedencia turquesca” y, por tanto, de origen infiel. Pero irresistible y estimulante. Clemente XIII eliminó con un ensalmo los escrúpulos de los cristianos viejos y consiguió un doble avance: el café como bebida y los cafés como establecimientos públicos. A partir de aquí la historia es conocida y la resume en una frase el escritor Antonio Espina: “Los espejos y las mesas de mármol las puso enseguida Venecia. Los músicos, Viena; y los artistas y literatos, París”.

Ferrol se sumó pronto a la cultura del café. Hay registros de la llegada de productos de ultramar traídos en 1803 desde el puerto de La Coruña que incluían azúcar, cacao, maderas, tabaco, palo de Campeche, vainilla y cerezas de café. En 1853 se habilitó el puerto ferrolano para el comercio de cabotaje y el abastecimiento de “coloniales” fue constante. Se abrieron cafés, tostadores, salones de recreo y se generalizó el consumo de café en los hogares. En época más moderna el café llegó a la cantina de la estación del tren, a los ambigús de los cines y teatros, a las dependencias militares y hasta a una barra de bar instalada en el palacio municipal. Sin olvidar, nunca lo hacemos en esta columna, la gran presencia de los cafés en La Magdalena: cafés musicales, cafés de tertulia, cafés de socialización, cafés de juegos de mesa y de lectura de periódicos. 

El almanaque ideal ferrolano nos avisará en 2021 que debemos asistir a alguna charla en la sala Carlos III y recordar que, a pesar de que era un gran consumidor de chocolate (Carlos III, digo), mandó construir una pieza de café en el palacio real. Y visitar la exposición en el invernadero del Cantón para ver los cafetos y sus frutos. Y ver a Torrente Ballester sentado en el Novelty. Y a Wenceslao Fernández Flórez dudando de si ir a tomar café a El Siglo o a El Suizo. Y asistir al concurso de cafés actuales elaborados por quienes conocen unas recetas de siglos. Y Ferrol seguiría en el mundo…del café.