domingo, 4 de febrero de 2018

El sonómetro municipal

De guarisnais
Publicado en La Voz de Galicia, edición Ferrol, el 4 de febrero de 2018

El ferrolano trae de fábrica un alma aficionada a medir. A medirlo todo, sea cual sea su esencia. Hay ferrolanos que siguen midiendo las calles en varas castellanas y la prosperidad de la villa en el número de tabernas o bocoys de vino. Algunos nostálgicos saben hacer las cuentas en reales mejor que en euros y miden el abolengo de los apellidos por el número de hijos en cada unidad familiar. Otros ferrolanos de quintas más recientes eran capaces de medir el tiempo escuchando la sirena de la Fenya o los cañonazos del Arsenal. Actualmente se han puesto de moda otras magnitudes dignas de ser medidas. Se calcula con gran exactitud cuántos quilos de basura quedan esparcidos por la ciudad después de cada botellón; cuántos minutos de más o cuántas averías y cancelaciones se sufren en los viajes en tren, o cuánto es el precio extra que le supone a un vecino vivir en un extremo de la autopista más rentable del mundo (para la empresa concesionaria). 

Todo esto se mide y se mide también el sonido. La contaminación acústica es un mal de las sociedades modernas, avanzadas. A los políticos municipales les ha parecido oportuno comprar un sonómetro de los buenos, homologado y todo eso, que costó un poco más de veinte mil euros. Hay que tener un sonómetro por aquello de que, si llegamos a convertirnos en una sociedad moderna que genera mucho ruido, podamos medirlo, habrán pensado los inquilinos de las casas consistoriales. Y el sonómetro ya está comprado y operativo, aunque parece ser que ahora falta la ordenanza que permita y regule su uso. Un despiste lo tiene cualquiera.

Con el sonómetro se podrán medir los decibelios que emiten las rondallas cantándole a las Pepitas. Y la energía de los integrantes de las bandas de música tocando las cornetas y tambores en las procesiones de semana santa. Pero también el ruido de los autobuses, de los martillos neumáticos y de las fiestas universitarias. Aunque el uso más acertado lo propuso el concejal Basterrechea: medir el exceso de decibelios en los plenos municipales. Estarán ustedes de acuerdo en que la idea es excelente. En el salón de plenos el fino instrumento medidor de ruidos alertaría a los señores concejales en cuanto levantaran demasiado la voz en sus interminables discusiones inútiles, debates repetitivos, descalificaciones gratuitas e insultos solapados, que producen el resultado de plenos sin acuerdos. Esto ya es sabido, habrá pensado Suso Basterrechea, pero ya que no hay acuerdos al menos que tampoco haya demasiado ruido. Y es que bien mirado al palacio municipal se le debería considerar como un lugar de ocio nocturno. Los plenos se hacen de noche y los concejales van a ellos a pasar un buen rato. 

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