domingo, 3 de febrero de 2019

Ferroliño

De guarisnais
Publicado en La Voz de Galicia, edición Ferrol, el 3 de febrero de 2019

El doctor Quintanilla se comprometió a hacer todo lo posible por devolverle su nombre a Ferrol. Y lo consiguió. Al gran alcalde humanista le gustaba decir que no quería ver el nombre de la ciudad usurpado ni alterado por nadie, y mucho menos por un dictador. “Ferrol no necesita ni artículo ni apellidos”, repetía, simplemente necesita recuperar la normalidad y volver a llamarse Ferrol, “a secas”, apostillaba. Y así fue. Desde su mandato la ciudad de los mil nombres se llama sólo de una forma: Ferrol.

Sin embargo, los ferrolanos, tan creativos e ingeniosos como somos, nos hemos empeñado en buscar nuevas y múltiples denominaciones que nos ayuden a conocer mejor el lugar en que nacimos o vivimos. Tal vez porque continuamos perdidos, o no conocemos nuestra procedencia, o no nos gusta nuestro pasado y queremos reafirmar un presente distinto y un futuro mejor. Es frecuente escuchar a los vecinos más optimistas calificarse como ferrolmolantes. Aquellos que viven en ayuntamientos cercanos se llaman a sí mismos ferrolterranos, expresión esa de Ferrolterra curiosamente acuñada por un nacido en A Coruña y vecino de Narón. Circulan –o circularon- graciosamente expresiones más castizas como ferrolnachiño, ferrolchoni (esta era muy Torrentiana) y hasta ferrolconacho, un tanto malsonante. Pero siempre queda la duda de cómo se ha de llamar quien usa habitualmente el nombre de Ferroliño. ¿Será ferrolneniño, ferrolveciño, ferrolaniño? Buf, menudo galimatías.

Ferroliño es, para muchos, un nombre cariñoso, tierno, gallego, riquiño. Reafirma a los que se consideran ferrolanos hasta la médula. Algunos lo enfatizan con aquello de Ferroliño del alma y lo reivindican sólo para los nacidos en la ciudad. Hay quien ve en esta expresión el orgullo de lo que fue y el buen talante de una ciudad acogedora. Por el contrario, a otra parte de los vecinos les da mucha rabia esta expresión. Afirman que es ridícula, despectiva y peyorativa. Nadie dice Viguiño, ni Ourensiño, ni Pontevedriña, como tampoco se habla de Cedeiriña, Naroniño, Mugardiños, ni nada parecido. Para este grupo decir Ferroliño equivale a mostrar un gran complejo de inferioridad, hacer gala de cierta cursilería y usar un nombre horrible que no transmite buena imagen de puertas afuera. Decir Ferroliño es querer dar pena, escuché recientemente en una conversación de café a una señora que preguntaba: ¿acaso se le llamaba Ferroliño cuando era una de las principales ciudades de Galicia? Pues claro que no, se contestaba, y mucho menos se diría ante forasteros.

Nunca sabremos lo que opinaría el carismático Jaime Quintanilla, calzando sus zapatillas a cuadros de franela mientras hacía las gestiones para devolverle a Ferrol su nombre, su dignidad y su historia.

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