domingo, 26 de abril de 2020

El padre del lavado de manos

De guarisnais
Publicado en La Voz de Galicia, edición Ferrol, 26 abril 2020

El médico húngaro Ignaz Semmelweis, doctor en Obstetricia en el Centro de Maternidades del Hospicio General de Viena, pasó los últimos años de su vida internado en un manicomio. Fue declarado loco y violento por sus colegas psiquiatras. El doctor Semmelweis se había obsesionado con obligar a lavarse las manos a todos los médicos y enfermeras antes de hacer cualquier intervención, entre ellas asistir un parto. Era el año 1847, los hospitales eran focos de infección, todavía no se habían descubierto los gérmenes y los microscopios ordinarios estaban muy lejos de alcanzar la precisión de los microscopios electrónicos, descubiertos por los ingenieros alemanes Ernst Ruska y Max Knoll en 1931. Sin embargo, a través de la observación y el procedimiento de ensayo y error, el doctor Semmelweis pudo comprobar que los médicos que cambiaban sus batas ensangrentadas por unas limpias y se lavaban las manos con agua y cal clorada antes de entrar en las salas de parto, conseguían unas tasas de supervivencia muy superiores para las madres y sus hijos recién nacidos.

Los conocimientos científicos, acompañados de los necesarios desarrollos tecnológicos, provocaron a lo largo de la historia grandes avances y fuertes rechazos. No en la misma proporción, naturalmente, y por eso las sociedades progresan a pesar de la oposición de los más recalcitrantes. El rifirrafe ideológico nos continúa infectando con la misma intensidad que el nuevo virus venenoso (virus significa etimológicamente veneno o sustancia nociva). El líder de la oposición Pablo Casado le reprochó el pasado 12 de marzo al Gobierno de Pedro Sánchez que se “estaba parapetando en la ciencia en vez de ejercer un liderazgo político”. La ciencia, daba a entender el señor Casado, no era necesaria para tomar medidas políticas que afectarían al conjunto de la sociedad. Le atribuía así a la acción política la condición de un saber absoluto, cerrado en sí mismo y paralelo al conjunto de los saberes científicos: médicos, tecnológicos, humanos, sociales, económicos, medioambientales, etcétera. Algo parecido defienden los políticos conservadores y ultraconservadores de todo el mundo, herederos de la tradición ortodoxa de poner sus destinos en manos de las creencias religiosas, bien sean católicos, anglicanos, mormones, luteranos, evangélicos, hindúes, islamistas y así hasta las más de 4.200 religiones existentes en el planeta.

Juan Luis Arsuaga, paleoantropólogo, codirector de la Fundación Atapuerca, reivindicó el bienestar y progreso derivado de la ciencia: “Necesitamos una vacuna, no homilías”. La sociedad moderna y secularizada en la que vivimos está en ello, si bien debería redoblar sin titubeos su apoyo a la comunidad científica. 

domingo, 12 de abril de 2020

Catálogo de costumbres sanas

De guarisnais
Publicado en La Voz de Galicia, edición Ferrol, 12 abril 2020

En los primeros años cuarenta el escenario político, social y económico era terrible, desastroso…e incierto. Finalizaba una guerra y comenzaba un régimen dictatorial. Algunos pensadores escribieron que la dictadura sería corta mientras que otros ya se habían exiliado convencidos de que jamás volverían a poner los pies en España. Francisco Ayala, uno de los grandes maestros de la escritura, la filosofía y el pensamiento del siglo XX, lo expresó así: “…nadie puede acertar a figurarse cómo va a ser el mañana, porque tampoco existe una voluntad integrada que ofrezca un programa de organización de la sociedad…”

¿Cómo se organizará nuestra sociedad en la etapa inmediatamente posterior a esta grave epidemia que nos tiene confinados? Pues vaya usted a saber. Hay quien opina que esto será un virus más del que nos ocuparemos vacunando a los niños, como los de la gripe, el sarampión, las paperas, la rubeola o el papiloma humano. Esto no generará más cambios que los estrictamente sanitarios. Otros opinan que es el fin del capitalismo, que habrá un cambio drástico en el modo de vida tal y como lo conocemos. En medio hay predictores que afirman que esta desgracia será una gran oportunidad para concienciarnos del cambio climático, o que acelerará los procesos de igualdad y reconocimiento de las mujeres; y los que creen que las formas de trabajar, tomar clases o asistir a espectáculos públicos cambiarán radicalmente. 

Leer el futuro se nos da mal. Ya tenemos difícil leer el presente y tratar de entender el pasado que es, decía Saramago, lo único que verdaderamente prevalece. Las costumbres, los hábitos y la forma de vida que teníamos hace unas pocas semanas ya nos iban bastante bien. Lo confirma el hecho de que vivimos más años y de mayor calidad que la mayoría de la población del planeta. En 2040 España será el país más longevo del mundo, con una esperanza de vida de 85,8 años, según el Instituto para la Métrica y Evaluación de la Salud de la Universidad de Washington. Los científicos tratan de entender esta evidencia. Pronto llegarán a las mismas conclusiones a las que llegaron en su día nuestros clásicos. Las resumo en un catálogo de costumbres sanas. 1, Dieta atlántica. 2, El arte de pasear sin rumbo ni propósito. 3, Café y palabras, ya sean para hablarlas, leerlas o escribirlas. 4, Siesta, el yoga ibérico a la manera de Camilo José Cela. Y 5, Idioma positivo, el español, calificado así por el profesor Peter Dodds, de la Universidad de Vermont, en su análisis de 100.000 palabras de las diez lenguas más habladas del mundo: “El español es el idioma más alegre y el que utiliza más vocablos que levantan el ánimo”. ¡Opa!

martes, 7 de abril de 2020

Zafarrancho de combate

De guarisnais
Publicado en La Voz de Galicia, edición Ferrol, martes 7 abril 2020

Hoy es lunes y seguimos en guerra. (En realidad hoy es martes y continuamos en estado de alarma). Hoy es lunes, decía el general Villarroya, porque para los soldados españoles en este momento todos los días son lunes. El General Miguel Ángel Villarroya, Jefe del Estado Mayor de la Defensa (JEMAD), se presentó como integrante del equipo de crisis gubernamental empleando su propio lenguaje en las comparecencias de prensa. Un vocabulario castrense un tanto tamizado, como suavizado para ser aceptado y entendido por todos. El JEMAD Villarroya ha dicho frases estos días de las que entresaco: Todos los días son lunes, no hay días festivos en esta batalla; estamos en guerra, sin armas, frente a un virus; todos debemos luchar contra un único enemigo; es propio de la milicia combatir con moral de victoria; la Unidad Militar de Emergencias operará con profesionalidad y disciplina en defensa de la amenaza que supone el coronavirus, y otras frases similares. No ha tocado a zafarrancho de combate, expresión que utilizamos más en las bases navales y buques de guerra que en los hangares de aviación, pero los ferrolanos entendemos perfectamente lo que dice el General Villarroya. Y también cómo lo dice. Aunque a otros compatriotas, algunos politólogos y periodistas, la presencia “de galones y medallas militares y policiales” flanqueando a ministros del Gobierno les produce un cierto escalofrío. A mí, permítanme solo por una vez que les diga mi opinión, me produce todo lo contrario. La presencia de altos profesionales de la Sanidad y la Seguridad del Estado (entre ellos las Fuerzas Armadas) me infunde tranquilidad. Informan cada día que nos azota esta maldita peste vírica con claridad y transparencia, utilizando un lenguaje claro, conciso, breve y directo. Son capaces de escuchar las preguntas de los periodistas y responderlas brevemente. Saben de lo que hablan y, por eso, lo expresan de una forma depurada, lineal, directa. Lo que me produce desasosiego son las intervenciones de los políticos de toda clase y condición. Representantes de la ciudadanía que en lugar de ruedas de prensa dan mítines interminables. Aprendices de políticos que repiten mil veces las consignas partidistas. Defensores de sus tribus y territorios que demuestran, también en estos momentos tan difíciles, su carácter insolidario, parroquiano y supremacista. Ministros que dicen “emocionarse” porque no sabían que los soldados ayudarían a muchos ancianos que viven en residencias. En resumen, políticos que no sabían que los militares también tienen padres, hijos y parejas, que forman parte de la sociedad española, esa que juraron defender ante cualquier enemigo por pequeño y criminal que sea, como el Covid-19.