domingo, 13 de agosto de 2017

Cafés finos

De guarisnais
Publicado en La Voz de Galicia, edición Ferrol, el 13 de agosto de 2017

John Adams, uno de los autores de la Declaración de Independencia de los Estados Unidos, vicepresidente con George Washington y presidente de 1796 a 1800, estuvo en Ferrol del 8 al 15 de diciembre de 1779. El ilustrado Adams escribió en sus diarios que le habían hospedado en la fonda de Pepota Betoneca de la calle Magdalena, lugar en el que había podido disfrutar de un excelente chocolate a la española, “que responde a la fama que tiene en el mundo entero”. Y es que Ferrol, como puerto de mar emergente y próspero, ya disponía de los mejores abastos procedentes de América a finales del siglo XVIII, aunque su puerto no estaba todavía habilitado para establecer los correos marítimos regulares. El que sí lo estaba era el puerto de La Coruña, gracias al Real Decreto de 1764 firmado por Carlos III por el que se fijaba la salida de un paquebote mensual con dirección a La Habana. A partir de esa fecha se instalaron en nuestras ciudades comerciantes vascos, catalanes y franceses, fundamentalmente, con la intención de desarrollar sus comercios, industrias y negocios bancarios. Jerónimo de Hijosa fue tal vez el más importante, el que pagó más reales en concepto de fletes entre 1775 y 1800, y quien se encargó de importar productos coloniales como cuero, tabaco, palo de campeche, hilaturas, granos y, por supuesto, cacao y café, productos todos ellos que llegaron desde La Coruña a través del cabotaje por mar y también por tierra. Ferrol se convirtió así en uno de los primeros lugares de España en disfrutar de esas infusiones calientes, bebidas exóticas no alcohólicas que no se podían cultivar en Europa y que tanto influyeron en los cambios de los hábitos alimentarios y sociales de la época. Particularmente al café se le atribuyeron extraordinarias propiedades -algo que ahora se está corroborando con estudios científicos- por parte de los médicos. El Licenciado Antonio Lavedán, en un tratado de 1796, decía sobre el café que “aprovechará mucho a los que tienen humores crasos…socorrerá a los que tienen la sangre impura, llena de humores gruesos y linfáticos…a los que padecen jaqueca, cargazón de cabeza, vértigos, modorra y letargo…y avivará los espíritus, así vitales como animales por ser una bebida anthypnótica, es decir, despertadora…”. Desde entonces la ciudad naval se convirtió en una ciudad cafetera, con abastecimiento permanente en los ultramarinos, cafés y tostadores. Y no sé a ustedes, pero a mí me ha dolido el alma ver en estas páginas, hace unos días, el camión cargado con las máquinas, molinos y enseres de la torrefacción Táboas, cafés finos, cacao y té; otro establecimiento tradicional, cafetero, que echó el cierre.

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