domingo, 16 de agosto de 2020

Mascarón de proa

De guarisnais
Publicado en La Voz de Galicia, edición Ferrol, 16 agosto 2020

El doctor Fernando Gómez-Juárez de la Torre publicó en Twitter hace unos días un documento muy curioso firmado por el Marqués de la Ensenada y relacionado con los mascarones de proa. A Zenón de Somodevilla, marqués de la Ensenada, le conocemos bien todos los ferrolanos con alguna vinculación con la mar, o sea, la mayoría. Suena de vez en cuando como nombre de un buque de guerra, otras veces aparece en los libros de historia (no siempre) y, por si fuera necesario refrescar su imagen, lo tenemos de cuerpo presente (con perdón) en los jardines de Herrera. Bueno, esto último es mucho decir, porque en realidad tenemos una escultura hiper policromada extraída de un retrato oficial a la que le falta el bicornio y el bastón de mando, con lo que “el marquesiño” se quedó con una postura robotizada de la que parece avergonzarse.

El caso es que el marqués le envió una orden a Eduardo Bryant a la que acompañaba “un canuto de madera en que va el diseño de un león, a fin de que agregado a él se hagan todos (los mascarones) que deben ser en las proas de los navíos que ya no estén hechos”. Edward Bryant era el maestro constructor naval que dirigía el Arsenal de Cartagena. Había sido contratado en 1750 fruto de la misión de espionaje del ingeniero Jorge Juan por tierras británicas, junto a otros muchos ingleses reclutados para los arsenales de las zonas marítimas.

No sabría decirles cuántos navíos acogieron en su proa un mascarón con forma de león. Probablemente muy pocos. El peso de la costumbre, la tradición y las creencias de la época hicieron que se siguiesen representando figuras de mujer, diosas y dioses, santos, dioses marinos, animales mitológicos y sirenas, entre otros. La mujer, se decía, tenía poderes especiales sobre la mar. La creencia llegó hasta nuestros días con el mascarón de la nereida Galatea, símbolo de la mar en calma, que dio nombre al buque escuela más querido en nuestros mares. Y el mascarón de Minerva, diosa romana de la estrategia militar que actualmente cuida del Juan Sebastián de Elcano y sus dotaciones.

El mascarón de proa es el alma del barco, escribió Ignacio Aldecoa en su cuento Biografía de un mascarón de proa (1952). Nadie narró la vida de un mascarón con tanto respeto. Ni con tanta maestría. Un viejo mascarón de roble que navegó en un bergantín dedicado al cabotaje y la piratería, según corrieran los tiempos. Naufragó por culpa de un “temporal malasangre”, cayó en manos de una tribu indígena, fue rescatado por un capitán vascongado y finalizó su vida como exvoto de naufragios desconocidos junto a unos remos, una rueda de timón y una campana de bronce. Una vida que bien pudiera ser la de alguno de los mascarones que tenemos en nuestros museos navales.

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