domingo, 8 de septiembre de 2019

En peligro de extinción

De guarisnais
Publicado en La Voz de Galicia, edición Ferrol, el 8 septiembre 2019

A ver, que no es para pensar que estamos en riesgo crítico ni que vamos a desaparecer mañana del globo terráqueo. Pero sí es una evidencia empírico-matemática que los ferrolanos somos una especie (o algo así) en peligro de extinción. Llevamos varios decenios en declive constante o, si lo prefieren, mantenemos una curva bajista, con muy mala pinta, desde hace varias generaciones. El último padrón de habitantes, con datos provisionales cerrados de 2018, presenta 734 ferrolanos menos y se acerca ya a los 66.000 habitantes, en números redondos. Queda lejísimos aquella pretensión de llegar a los 100.000 habitantes, cuando parece que todo nos aboca a rondar los 50.000 en pocos años. Los institutos estadísticos, gallego y español, pronostican que este rincón del noroeste seguirá perdiendo población. En los próximos años España crecerá gracias a la inmigración (ya lo está haciendo), Galicia perderá el 5% de su censo y el área metropolitana Ferrol-Eume-Ortegal perderá el 10%, siendo Ferrol el ayuntamiento que más sufrirá. Aquí podemos declarar ya el estado de emergencia demográfica. Todos los indicadores lo aconsejan. Habrá más ferrolanos mayores de 65 años que menores de 15. Habrá menos nacimientos y más defunciones. El saldo vegetativo seguirá siendo negativo al menos hasta 2030, dicen los demógrafos. Se produce un aumento constante de la edad media y crece la población pasiva frente a los activos. Más pensionistas, menos cotizantes. Si fuéramos previsores (no se asusten, esta no es una cualidad ferrolana) al mismo tiempo que declarásemos la emergencia demográfica crearíamos un banco de material genético para poder reproducir al ferrolano tipo. Por si acaso. Los antropólogos y genetistas tendrían que perfilar finamente las características básicas del ferrolano de toda la vida, el de pura cepa, el de ocho apellidos ferrolanos e, incluso, del ferrolano “venidero” y convenientemente asentado. Todos escaseamos -porque desgraciadamente tampoco llegan muchos nuevos habitantes-: los que están en el padrón de habitantes y los dispersos por ese planeta también en peligro de extinción. En poco tiempo será más difícil encontrar a un ferrolano que a un torrero de faro, un seminarista con vocación religiosa, un español que hable sin gritar, un jugador de dominó o un aficionado a escribir postales con estilográfica. El ferrolano será una rara avis, tan difícil de atisbar como un político con sentido de Estado o con sentido de la razón política, o con sentido común o, simplemente, con sentido. Tenderemos a extinguirnos, como la píllara das dunas, el urogallo o el pulpo gallego. Pero eso sí, lo haremos en los bares y cantando, mientras perfilamos las formas de un nuevo barco.

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