domingo, 23 de octubre de 2022

La estación del lejano oeste

Escribanía de mar 

Publicado en La Voz de Galicia, edición Ferrol, 23 octubre 2022

 

El aparcamiento está vacío pero no se puede aparcar. Por más que se insista en la máquina expendedora de tíquets no se conseguirá abrir la barrera. Aquel montón de óxido y suciedad está programado para repetir un mensaje: fuera de servicio. La opción: aparcar el coche en un leirón lleno de fochancas en pleno centro de la ciudad. Desolador. Como la imagen de la estación. Una mesa de la cantina a oscuras en la que hay tres personas mayores con aspecto de llevar allí toda la mañana y sin ánimo de abandonarla. Nadie más, excepto el amabilísimo empleado que, detrás de la ventanilla, luchó a brazo partido contra la aplicación de Renfe hasta que consiguió los billetes A Coruña-Ourense-Alicante. Hasta la estación de A Coruña mejor ir en coche, por aquello de garantizar que uno llega en hora. No había pasajeros para salir ni nadie que esperara a pasajeros que llegaran. No había trenes en las vías de ancho ibérico. Sólo estaba, dormido, el tren turístico de lujo en las vías estrechas, esperando tal vez extranjeros jubilados que paguen los más de mil euros por un paseo de pocos días por la Costa Verde. No había vigilantes, ni personal de Adif. No había nadie. Ni riesgo de que de allí saliese un tren que se volviera loco y le llevase a uno a lugares imprevistos, como reza la frase de Torrente Ballester colocada en recuerdo de la apertura de la vía Betanzos-Ferrol en 1913.

 

En Ferrol, en 1913, Rodolfo Ucha levantaba edificios Art. Nouveau y de la Constructora Naval salían acorazados y cañoneras como churros. Algunos adinerados indianos que regresaban de Cuba abrían negocios y encargaban villas como el chalet de Canido, a unos pasos de allí. La ciudad vivía su Edad de Plata. Imprentas, cafés, comercios, ultramarinos, tabernas, teatros, salones de recreo, acompañaban el desarrollo de la más avanzada tecnología: fonógrafos, radios, teléfonos, barcos a vapor, lo mejor de la ingeniería y, por supuesto, el tren. Arturo Gutiérrez Morán, maquinista durante cuarenta años e investigador de los ferrocarriles, escribió todas las peripecias que precedieron a la línea de El Ramalillo, como se conocía al ferrocarril de Betanzos a Ferrol. Y dibujó el ambiente de sus estaciones: carros de caballos cargados de mercancías, viajeros, cantinas llenas de gente, vendedoras de rosquillas, tabaco y fruta, soldados y marineros, mozos de carga, maquinistas e interventores de las locomotoras compradas a Dodds Rotherham.

 

Vida, bullicio y color, que la llevó a integrarse en la Compañía Nacional de Ferrocarriles del Oeste. Adif define la de Ferrol, ahora, como una estación de “carácter terminal”… ¿querrá insinuar que “se encuentra en fase terminal”? Larga y mejor vida a la estación del lejano oeste.

 

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