domingo, 18 de enero de 2015

El hórreo de O Bertón

De guarisnais. 
Publicado en La Voz de Galicia, edición Ferrol, el 18 de enero de 2015

Siento una mezcla de rabia y tristeza cuando veo como se maltrata el patrimonio y la cultura de nuestra tierra. Cuando veo hórreos pintados con los colores del club de fútbol del que el dueño es hincha, o a los que les han instalado encima la antena parabólica. O veo la situación en que se encuentra el hórreo de O Bertón. El primer hórreo de Galicia sin pies, colocado a ras de suelo, en un afán por demostrar una vez más al mundo que en Ferrol somos capaces de lo mejor y lo peor, al mismo tiempo. Capaces de construir los mejores buques de guerra y de hacer algo indefinible como la plaza de España; capaces de mantener el jardín botánico del campus universitario y de destrozar la alameda más antigua de Galicia. 

Así lo queremos demostrar una vez más, ahora con el hórreo de O Bertón. Un hórreo mixto, construido con cantería, madera de castaño y cubierta de pizarra, como muchos de los más de treinta mil hórreos que hay por toda Galicia. El hórreo de O Bertón no tiene la espectacularidad del hórreo de Carnota, ni del de Araño, ni del de Poio. No va a competir con ellos para ver cuál es el más largo, el que tiene más pies o el de mayor capacidad. Tampoco es un hórreo que forme parte de un conjunto numeroso, como sucede en el pueblo de A Merca (tienen 34) o en Combarro, en Pontevedra, catalogado como el pueblo con más hórreos de España. El hórreo de O Bertón es un hórreo solitario, que por no tener tampoco tiene la compañía de otras construcciones populares que forman parte de la arquitectura sin arquitectos: bodegas, lagares, alpendres, palleiros, molinos, palomares, fuentes, lavaderos, pallozas, pozos, hornos, tinglados, puentes...

Pero lo que sí es el hórreo de O Bertón es una construcción digna, ejemplar, que hizo durante muchos años la función de mantener sano, seco y a buen recaudo el maiz, los cereales y demás frutos de la tierra. Como lo vienen haciendo miles de hórreos desde el Neolítico, desde que el hombre se dedicó a cultivar la tierra y construyó los primeros celeiros y cabazos, sus antecesores. Y ahora, que no tiene que realizar esa función, se ha ganado el derecho a permanecer en alto, erguido y protegido, para que todos los ciudadanos, especialmente los más jóvenes, conozcan mejor su patrimonio y las costumbres y modos de vida de sus antepasados.

Los poderes públicos tienen intención de conservarlo. Para eso lo mejor que han sabido hacer es bajarlo de sus pies y apoyarlo sobre los tornarratos en la acera, esta sí, arreglada con mucho esmero. Allí lo tienen, pudriéndose, sin puerta, lleno de suciedad, sin alguna de sus pizarras en la cubierta, deteriorándose cada vez más para luego intentar recuperarlo. Algo para sumar al casillero de lo peor. Así somos.

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