lunes, 21 de abril de 2014

Los de toda la vida



Tienen algo especial. Han llegado hasta nuestros días después de haber superado multitud de dificultades. Las empresas familiares -y la inmensa mayoría de los comercios lo son- no suelen sobrevivir el paso de dos generaciones, el momento en que los hijos del fundador tienen a su vez hijos y se abre la titularidad a demasiados herederos que hacen inviable vivir de sus ganancias. Otros negocios se han quedado por el camino por la imposibilidad de adaptarse a sucesivos cambios legislativos (ej. sanitarios, de seguridad), a no poder hacer frente a sus gastos fijos (ej. alquileres) o, sencillamente porque los productos que comercializaban ya no tienen demanda (ej., ya no quedan muchos consumidores de cascarilla de cacao).

Pero hay farmacias, ferreterías, librerías, mercerías y cafés, por citar algunos tipos de comercios, que permanecen. Afortunadamente. Continúan ofreciendo con maestría una lección de los mejores valores comerciales cada día. Productos básicos, necesarios para sus consumidores cercanos, sus vecinos. Una relación cercana, próxima, en muchos casos de amistad consolidada después de años de visita frecuente a la tienda. Y, lo más importante, un tipo de venta basado en la confianza, en la seguridad que aporta la estabilidad, el que el negocio ha permanecido y quiere continuar dando el mejor de los servicios. Confianza en la calidad de los productos, en el servicio ofrecido y en que son comercios "con cara y ojos", fiables, ajenos a la moda surgida de un plan de marketing efímero. Muchos de ellos, además, con el encanto propio de su decoración y de un "estilo vintage" que no hay que reproducir, que es de verdad, de toda la vida.

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