miércoles, 20 de mayo de 2015

Apáticos y atónitos

Cuadrante de reflexión
Publicado en Economía Digital, edición Galicia, el 20 de mayo de 2015

La comunicación política y el marketing electoral están cambiando. Las campañas electorales, aquellas orgías partidarias en las que se competía por ver quién llevaba más gente a las plazas de toros, quién tenía más coches con megáfonos a toda pastilla repitiendo sus soniquetes y eslóganes, quién pegaba más carteles con los candidatos en cada rincón de las ciudades (que luego quedaban meses formando parte de la decoración), se han acabado. Ahora estamos en plena campaña electoral y la cosa está más bien triste, con una alta dosis de apatía aderezada con comportamientos que rozan la ridiculez. 
   ¿Apatía de los electores y ridiculez de los candidatos?
   ¡Claro! Los electores ya no juegan a la tómbola de promesas de los partidos políticos y los candidatos ya no saben qué hacer para resucitar el carnaval electoral. Una candidata se desnuda para ser portada de una revista; otro se rodea de aplaudidores para que le jaleen en todos sus actos; muchos se ponen a cantar y bailar, para hacer más ameno el mensaje; algunos hacen vídeos simpáticos con personajes como Obama, Putin o Suárez; otros se quitan la chaqueta para rememorar su habilidad ciclista...y lindezas así. ¡Debe ser cosa del marketing!
   ¿Pero no queríamos políticos cercanos, transparentes, que fomenten la participación y se comporten como “seres humanos normales”? (Rajoy dixit) Pues esto, parece, es lo mejor que saben hacer.
   Sin embargo, la reacción de la “masa electoral” no parece ser la deseada -el abandono de la apatía y la desafección- y los responsables de las campañas se muestran muy preocupados. Las últimas encuestas y sondeos (datos del CIS, Metroscopia y Sondaxe) reflejan que el 75% de los electores eliminarían o recortarían la duración de las campañas; que sólo el 5% de los residentes en las ciudades han acudido a actos de los partidos; y que entre el 30 y el 45% -según la fuente y el tipo de elección, municipal o autonómica- se declaran indecisos.
   ¡Qué desastre, apáticos y además indecisos!
   Uno de cada tres, pongamos por término medio. Entre ellos estarán los que se avergüenzan de su voto a los partidos tradicionales y lo ocultan. Los que sienten indignación, rabia y asco ante tanta corrupción y no votarán. Algunos de los que votarán en blanco. Estarán los auténticos indecisos, que tal vez decidan su voto en el último momento. Y también los que no quieren saber nada de las empresas demoscópicas, convencidos de que el “cocinado” de los datos que presentan tienen un sesgo intencionado. Vamos, un poco de todo.
   A todo este guirigay se suman las exigencias de la transparencia mediática, la presión de quienes manejan micrófonos y cámaras, y las normas de las Juntas Electorales. Se han puesto exquisitos y ya no dejan ni que voten los muertos, ni que se puedan empadronar veinte o treinta familiares en el pisito del alcalde de 40 metros cuadrados, ni inaugurar las obras en plena campaña. Aunque no estén terminadas, que para el caso bien servirían. Y si no que se lo digan al Concello de A Coruña, que al mismo tiempo que mantiene a los obreros trabajando un domingo con sus compresores y taladros, coloca unos metros más allá a unos músicos tratando de afinar sus guitarras para celebrar la pavimentación de un trozo de paseo. Los demás ya llegarán, no hay prisa. Pero estos metros cuadrados hay que festejarlos y visitarlos, que no inaugurarlos, en cuanto los decibelios de las máquinas y de los instrumentos musicales consigan sincronizarse.
   Atónitos estaban los turistas ante el espectáculo. Atónitos estamos los ciudadanos ante los comportamientos inmaduros y ridículos de los viejos y nuevos aspirantes a representantes políticos. Apáticos, a pesar de la enorme importancia de lo que está en juego. Así, muchos manifiestan no tener decidido su voto. Otros elegirán al que consideran menos malo o al malo conocido. Y algunos mantendrán su ilusión en lo que debiera ser una nueva fiesta de la democracia, del mejor sistema de representación que tenemos al alcance de todos. Aunque se note más bien poco.
   
   
   

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