domingo, 21 de junio de 2015

¡Qué manías tienen las ciudades!

De guarisnais
Publicado en La Voz de Galicia, edición Ferrol, el 21 de junio de 2015

Verán, yo soy de los que creen que cada ciudad tiene las suyas. Me refiero a la ciudad en sí, no a las manías de sus habitantes, en su sentido particular. En este caso, cada uno se organiza la vida con las suyas y todo va bien, siempre que no entren en disputa con las manías de sus cercanos, familiares, vecinos, compañeros de trabajo o colegas de partida de dominó, por poner algún ejemplo. 

¿Y cómo va a tener una ciudad sus propias manías? ¿Para qué las quiere? Para nada y para todo, que decimos por aquí. Las manías, en su sentido de inclinación excesiva por hacer algo, pueden ser buenas o malas, enriquecedoras o destructivas, simpáticas o desagradables, y yo creo haber encontrado algunas, en las ciudades más grandes de Galicia, sobre las que seguro que ustedes ya habrán reflexionado.

A Coruña tuvo la manía, durante muchos años, de crecer en vertical, hacia arriba y hacia abajo; estaba empeñada en levantar torres de pisos, sin ningún control ni plan establecido, y al mismo tiempo perforaba el subsuelo hasta inundarlo de coches y de agua. Santiago se empeñó en reverdecer sus ensanches, para darle un contraste verde y natural a la piedra milenaria de su casco histórico. Vigo, ciudad ágil y emprendedora, se afanó en hacer edificios ilegales y rotondas imposibles; sus constructores siempre fueron mucho más rápidos que los funcionarios tramitando las licencias, con lo que cuando terminaban las obras se preguntaban ¿y ahora qué?. Lugo, por su parte, tiene la manía de rehabilitarse y reencontrarse con sus antepasados romanos de forma permanente. Ourense tiene una clara inclinación por sus propios cuidados y por la salud de sus habitantes, proporcionándoles las mejores aguas termales y excelentes viandas. Pontevedra adquirió la manía, en los últimos años, de ganar premios y convertirse en una ciudad amable, humana, acogedora.

¿Y Ferrol, aparte de la costumbre de cambiar de alcalde cada cuatro años, tiene alguna inclinación más? Pues sí, varias, algunas positivas, aunque yo creo que la más destacable es la manía de autocementarse, de una querencia casi patológica hacia el cemento y el hormigón. Independientemente de sus regidores y sus vecinos, la ciudad se empeñó en llenar la ría de hormigón, en sustituir las losas y pavimentos de materiales nobles por hormigón, en adosar a las murallas de granito escaleras (que nadie usa) de hormigón y de “modernizar” el paseo de las Delicias, hoy Cantón de Molíns, con un pavimento de hormigón pulido. Algo, que no se lleva nada bien con su condición de ser un tramo histórico del camino inglés a Santiago, como es bien sabido.

¡Vaya! ¿Y ustedes creen que el sentidiño ferrolano recapacitará y corregirá tan perniciosa manía? 

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